NO QUIERO BAJAR, RELATOS DE UNA PACIENTE
Sorpresa. Durante un tratamiento de quimioterapia se puede y se debe hacer ejercicio físico. No hablo de paseítos. Ejercicio físico a intensidad moderada. Que sudas, vamos. Empecemos por el ‘se puede’. No me refiero a ser una persona que hace mucho ejercicio, entrena habitualmente, viene el cáncer y decide continuar valientemente con su rutina física. No. Esa no soy yo.
Me refiero a ser como punto de partida un ratón de ordenador/rata de sofá. Esa sí es mi historia. Que te pongan el primer ciclo de quimioterapia y sientas como si te hubiesen arrastrado a un pozo durante cuatro días…por ahí van los tiros. Cuando me recuperé, además de la fisioterapia que ya recibía para las secuelas de la cirugía, ampliamos mi tratamiento a las áreas de nutrición, mindfulness y -aquí viene lo más exótico-, a una persona titulada en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte que me preparó un programa específico de entrenamiento cardiovascular y de fuerza. Tres/ cuatro veces en semana cada uno.

‘¿Se puede?’ Claro que se puede. Y lo hago en el gimnasio.
‘Pero no te pases’ ¡Ay! si me dieran un euro por cada vez que me lo dicen…desde médicos hasta el frutero (cuando estás enferma es como tener el mágico poder de que cada persona que te cruzas te de su libre opinión sobre tu vida con ligereza y salero envidiables).
No, ni me paso ni me quedo corta. Sigo la pauta de tiempos y pulsaciones que es acorde con mi momento físico. No es que me haya apuntado a clases colectivas de aerobic. Es igual que decirme que no me pase con la quimioterapia. Yo llego a la sala, me siento, me enchufan a la bolsa y me levanto. Y no le digo a la enfermera ‘pero no te pases’, porque confío en que la pauta es acorde con mi momento físico también.
¿Por qué en el gimnasio? Bueno, la razón comenzó siendo práctica, no tenía bici estática y sí tenía una cuota anual pagada (y totalmente desaprovechada) en el gimnasio del barrio. Pero lo cierto es que luego me prestaron una bici estática y seguí yendo al gimnasio.
¿Que si me miran? Mucho. Sobre todo cuando tengo calor y me quito el pañuelo. Y yo a los demás les miro mucho también, sobre todo si llevan mallas horteras tricolores, y además me río por dentro. Los demás reírse de mí, no sé, no creo, pero no me importa demasiado…mirar es un deporte nacional…una vez me subo en la máquina con llegar a las pulsaciones tengo bastante ocupación ya.
A veces, cuando empiezo, creo que no voy a poder…la fatiga en los muslos se nota mucho con la quimio. Pero empiezo…pienso ‘ya que he venido hasta aquí’…’ya que me ha visto toooodo el mundo llegar no me voy a bajar’. Cosas así.
Y entonces la magia del ejercicio empieza a funcionar, y ocurre: no quiero bajar.
No quiero bajar porque el ejercicio genera bienestar a nivel cerebral, y en ciertos días el bienestar físico que recibo es nulo. Sólo dolor, fatiga, náuseas… excepto en esos 20 min a 140 pulsaciones. Ahí no hay malestar, sólo esfuerzo.
No quiero bajar porque cuando estoy entrenando soy activa frente a todo este proceso horrible. No estoy esperando al siguiente ciclo, al siguiente pinchazo, a la siguiente operación. Yo estoy haciendo algo por mí misma, por no dejar que los medicamentos me corroan la musculatura y cada vez me cueste más subir la cuesta del colegio de la niña, subir al niño aúpa cuando me lo pide. Hay muchas cosas contra las que no puedo luchar, pero contra esto, sí. Y lucho.
No quiero bajar porque se debe hacer ejercicio físico intenso durante el tratamiento oncológico. Científicamente demostrado. Contra la destrucción muscular, la fatiga, síntomas intestinales, la ansiedad, el insomnio…incluso se están revisando estadísticas sobre mejora en la posibilidad de recaída.
Se puede y se debe
Por eso, aunque hay días en los que el camino al gimnasio parece que se inclina en una pendiente cuesta arriba como en los dibujos animados, cuando empiezo no quiero que acabe el momento.
Y cuando salgo, siempre es sonriendo.
Por Vanesa Abuín